viernes, 27 de noviembre de 2015

LA DAMA DEL MONTE DAS CROAS















LA DAMA DEL MONTE DAS CROAS

En el monte << das Croas >> (Salcedo, Pontevedra) estaba encantada hace mucho tiempo, quizá siglos, una joven de gran belleza. Su morada era un pazo que existía en el interior del monte referido, en el cual se guardaba el tesoro del mouro o gigante que la tenia encantada. Eran muchos los que deseaban encontrar aquel tesoro, pero nadie descubría la caverna o entrada por donde se podía entrar en aquel pazo.

La dama, señora o hada encantada aparecía algunas veces a la vista de los hombres que iban por el monte antes de rayar el sol; pero tampoco nadie se le acercó jamás, porque como era cosa de encantamiento, sentían cierto recelo; así que huían de ella.

Una vez la vio un niño que conducía las ovejas de su padre, y parece ser que estaba aquella señora sentada sobre una piedra, peinándose los cabellos con un peine de oro. La hada le llamó y pidió que le diera un cordero; pero el niño no le respondió y huyó asustado. Llegó a casa y, tartamudeando por el miedo que llevaba y también por la carrera que se había dado, contó a su padre cómo había visto la hada del monte y esta le había pedido un cordero.

Entonces, el padre dijo al muchacho que volviera al monte y le diera el cordero a aquella señora, no fuera que tomara a mal que se lo negase y después perdieran todo el rebaño o les viniese alguna otra desgracia.

El pequeño volvió entonces al monte; pero cuando llegó, ni vio las ovejas ni vio a la señora. Se echó a llorar; se dedicó luego a registrar todo el monte a ver si encontraba las ovejas y gritaba llamándolas. Después de mucho buscar, como no las encontraba, cuando se iba ya para casa, de pronto, vio delante de sí mismo al hada, que llevaba sus ovejas y esta dirigiéndose a é1, le dijo:

Non teñas medo pol-as ovellas, que eu chas guardaréi; mas, vas ire outra vez â tua casa e dislle a teu pai que veña, que teño de lle falar.
( No tengas miedo por las ovejas, que yo te las guardaré; pero, ve otra vez a tu casa y dile a tu padre que venga, que tengo que hablarle. )

Entonces el niño volvió junto a su padre y le dijo que el hada del monte das croas quería hablarle y que fuera en su busca. EI padre, aunque muy receloso, fuese hacia el monte pensando en 1o que podría acontecerle, puesto que todo era cosa de encantamiento.

Pero la señora, cuando lo vio, le dijo que se acercara a ella sin temor alguno, que nada malo había de pasarle, sino que, por el contrario, si guardaba el secreto de lo que ella iba a decirle e hiciera lo que le ordenase, tendría muchos bienes y venturas.

El caso fue que desde entonces el hombre se hizo rico en poco tiempo, pues su hacienda aumentaba y las cosechas le producían unos rendimientos muy superiores a los de todos los demás. Se decía, que el hombre aquel era quien llevaba al monte das croas todo cuanto precisaba la señora encantada para su sustento, aun cuando él nada decía, ni cosa alguna respondía si le preguntaban algo que con ello se relacionase.

Un día aquel hombre enfermó; tan grave se puso, que ya no se contaba con é1 y todos le daban por muerto. Pero sucedió que mientras su mujer tuvo que salir de casa para atender su hacienda, sin que nadie supiera cómo, la hada del monte das croas le salió al paso y le preguntó cómo estaba su marido. La mujer no le respondió y como le tomo miedo; salió corriendo a todo correr. Pero cuando llegó a su casa vio con espanto a la señora junto a la cama y que su marido había mejorado de tal modo, que ya no parecía encontrarse en el grave estado de antes.

Cuando marcho la hada, la mujer preguntó a su marido cómo aquella señora había ido hasta allí y qué le había hecho para que se encontrara tan mejorado; pero él no quiso decirle nada acerca de esto. Pero tanto y tanto porfió la mujer, que al fin le contó cuanto había sucedido desde que la vio en el monte, así como los remedios que le aplicó con unas hierbas que había traído.

¡Desgraciado! Se dijo que tal vez por hablar de más quebrantando el secreto, al día siguiente apareció muerto; y parece ser que tenía todo el cuerpo como si hubieran estado apaleándole, lleno de magulladuras y cardenales.

Los secretos si no los guardas, traicionas al que te lo cuenta.

Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega

viernes, 20 de noviembre de 2015

A COBA DA SERPE (LA CUEVA DE LA SERPIENTE)















A COBA DA SERPE  (LA CUEVA DE LA SERPIENTE)

La torre de San Payo de Narla, en Friol (Lugo), tiene sus leyendas como muchas otras torres y castillos de Galicia. Una de ellas es la de la “ A Cova da Serpe “, que da nombre a un monte que alcanza a Ia provincia de A Coruña, cerca de Sobrado de los Monjes.
Uno de los señores de aquella torre o castillo tenía una hija, llamada Berta o Benta, que gustaba de pasearse a caballo por las tierras que rodeaban el castillo sin alejarse mucho de él, para recrearse contemplando el paisaje y, algunas veces, incluso hablar unos momentos con algunas de las hijas de sus vasallos, muchachas de su edad; costumbre frecuente por aquellos tiempos en que no había otros entretenimientos sino muy de tarde en tarde.
Aconteció cierto día que la yegua que montaba la hidalguita se asustó y echó a correr desbocada, sin que la joven pudiera dominarla ni contenerla. Pero un joven campesino saltó al camino desde la cerca de un labradío, agarró fuertemente el freno de la yegua y con un vigoroso esfuerzo, la detuvo.
La heroicidad del muchacho, o quizá más que nada su varonil apostura, hizo que la doncella se enamorase de él. Por su parte, el joven campesino vio en la hidalga como una hada hermosísima que lo dejó cautivado.
Los dos jóvenes volvieron a verse; sentados a la sombra de los robles de una carballeira (robledal), se hablaban, enamorados y dichosos, olvidando su desigual condición.
Pero el señor de San Payo, don Lopo das Seixas, se enteró en seguida de aquellos amores de su hija con el mozo labriego, su vasallo y amenazó a su hija con un serio castigo si no ponía fin a aquella desatinada amistad, que para él era un ultraje a la hidalguía de sus torres.
Benta, amante y arriesgada, puso en conocimiento del muchacho las amenazas de su padre, y entre llantos y besos, ambos determinaron huir a través de los montes en busca de un refugio en otras tierras.
El señor das Seixas, al darse cuenta de que su hija había desaparecido, ordenó inmediatamente que salieran algunos escuderos y hombres de armas de la torre para perseguir a los fugitivos, dar muerte al galán y volver al castillo con Benta.
Los amantes, sabiéndose perseguidos al oír el galopar de los caballos, se ocultaron en una cueva que descubrieron en aquel monte. Pero quedaron aterrados al encontrarse con una gran serpiente que levantaba su repugnante cabeza hacia la joven. EI muchacho empuñando un puñal, se interpuso e intentó cortar la cabeza al reptil, que esquivó el ataque y se enrolló ligero y sin temor en torno del joven, privándole el movimiento y la acción.
La lucha fue terrible entre el hombre y la sierpe; la hidalguita miraba aterrorizada la desigual pelea. Por fin, el robusto mozo alcanzó a la serpiente con un certero golpe en la cabeza; pero ya era tarde porque las mordeduras del reptil y la presión del escurridizo cuerpo que comprimía el suyo, le asfixiaron y Ie causaron la muerte.
Guiados por los gritos y sollozos de la joven, acudieron a la cueva las gentes de don Lopo, que recogieron a la despavorida Benta y la condujeron a la torre de Narla.
Por eso le llaman al monte “monte da cova da serpe”, en recuerdo del drama que allí se desarrolló, conservado por la tradición legendaria.
Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega

sábado, 14 de noviembre de 2015

EL DESVENTURADO AMADOR















EL   DESVENTURADO   AMADOR


El conde de Lemos, señor de Monforte, tenía una hija, Constanza, hermosa y alegre como una mañana de primavera.

Se decía que el mismo rey Alfonso VI estaba enamorado de ella y de ella estaba enamorado también como un loco cierto hidalgo, escudero de linaje desconocido, del cual solamente se sabía que se llamaba Rui.

Los padres de Constanza pensaban casarla con un amigo suyo, señor de buena casa, que tenía varios escuderos; porque el rey Alfonso VI no podía tomarla por esposa, lo cual había amargado no poco el carácter de la condesita, que fue trocándose en melancólico y malhumorado. Los galanteos del joven escudero Rui no agradaban a la condesa, por juzgarle poca cosa para ella.

Para tratar de distraerla, el conde su padre organizó una gran cacería, a la que concurrieron varios señores amigos suyos de las comarcas fronteras de sus dominios. Cuando, después de correr los montes, unos y otros estaban descansando en un calvero del bosque, surgió de entre la espesura del matorral un gran oso que, con los peludos brazos abiertos se lanzó contra doña Constanza, que estaba un poco alejada de los demás. Suerte fue para ella que el joven Rui se interpusiese a tiempo entre su amada y la fiera, a la que logró dar muerte con su cuchillo de monte, sin recibir por su parte más que ligeros rasguños de las zarpas del oso.

Más solamente unas frías palabras de agradecimiento por su hazaña fue cuanto consiguió de padre e hija el desventurado hidalgo amador.

Poco tiempo después, doña Constanza se casaba con el señor de las Torres de Altamira, fortaleza asentada en la cumbre de un monte de Brión. Este señor no se llevaba muy bien con el rey don Alfonso VI y su casamiento con la hermosa Constanza vino a agriar más su aversión. Un día, el monarca, pana imponerle un castigo por cierto hecho que estimó como de excesiva crueldad, fue con su hueste contra las Torres de Altamira y, después de ponerles cerco, mandó un emisario al señor con la orden de que se entregase al rey; pero el de Altamira se negó, y como la fortaleza estaba bien abastecida y los muros eran muy fuertes, el rey no logró dominarla.

Cansado del asedio y sin ver una posibilidad de vencer el orgullo del señor de las Torres, Alfonso VI resolvió levantar el campo, cuando, hallándose en esto, se acercó a él un joven escudero de aspecto decidido, quien se le presentó entregándole un pergamino que, según afirmó, le había dado un peregrino procedente de Toledo.

Aquel pergamino solicitaba del rey que exigiera al señor de Altamira la libertad de un cautivo que tenía preso en los fosos del castillo desde hacía algunos años. Pero: ¿cómo  conseguirlo, vista su actitud?

EI emisario se ofreció al rey para penetrar en el castillo y procurar los medios para que sus fuerzas pudieran adueñarse de las torres, de no conseguir la libertad del preso.

-¡Ve! -  Le dijo Alfonso VI.
Valiéndose de una estratagema, el joven escudero consiguió penetrar en el castillo y hablar con el señor, al que pudo convencer de que se entregara al rey, en la seguridad de que, como su delito no era grave, nada había de temer. Su esposa doña Constanza contribuyó a decidirlo, diciéndole que ella le acompañaría y con su presencia lograría el perdón del monarca.

Así aconteció, aunque para perdonarle, el rey exigió la libertad del prisionero, resulto que era el hermano del propio señor de las Torres, el padre del joven Rui, el infeliz enamorado de doña Constanza. Pero, cuando fueron a abrir el subterráneo donde estaba el cautivo, se percataron de que ya no vivía.

Entonces el hijo del muerto, el joven hidalgo, en un arrebato de fiereza y ansia de venganza, con la desesperación de verse sin padre y sin amor, muertos ambos por el señor de las Torres de Altamira, su tío, puso fuego al castillo para así castigar su maldad y su tiranía.

Pero como las gentes acudieron enseguida para sofocar el incendio y los deseos de Rui no se cumplieron, este, por el contrario, pasó a ocupar el mismo calabozo de su padre y allí murió también, al cabo de algún tiempo, dícese que invocando el nombre de Constanza.

¿Para maldecirla? ¿Para recordarla en su última hora?

Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de Alianzagalega